¿Es correcto traducir un nombre propio a otros idiomas?

Es muy frecuente y suele suceder muy a menudo a la hora de enfrentarse a una traducción de un texto que surjan dudas en aspectos aparentemente tan sencillos como la traducción de los nombres propios.

Es muy normal que nos asalte de forma inmediata la pregunta de si se pueden traducir los nombres propios a otros idiomas.

Entendemos por nombre propio la palabra o palabras que sirven para designar a personas, animales, lugares, etc para distinguirlos de otros de la misma clase. Y en este sentido, en la actualidad adquieren mayor relevancia los nombres de las empresas, pues es lo que las hace únicas y las diferencia de cualquier otra que compita con la misma actividad.

Por sí mismos, los nombres propios no tienen ningún significado pues sólo sirven para diferenciarnos unos de otros.

Por lo general, a la hora de una traducción, no es normal que se traduzcan al idioma que se desee, sobre todo si son de personas. Siempre se mantienen los nombres propios de las personas en su lengua original, siendo esta una cuestión prácticamente indiscutible por propio sentido común, ya que cualquier persona está identificada en todo momento y en cualquier lugar del mundo por su propio nombre. No hay que entrar en más consideraciones con esta cuestión, más que cuando se trate de personajes especialmente célebres, donde su traducción se usa de manera natural, por ejemplo, en España hablamos de la reina de Inglaterra como Isabel II, aunque su nombre verdadero sea Elizabeth II.

Sin embargo en los nombres propios de empresas, entidades, organismos públicos o nombres de ciudades o de cualquier otro lugar, pueden tenerse en cuenta algunas consideraciones a la hora de poder o no traducirlos.

En estos casos pueden producirse una transferencia del nombre propio sin cambio alguno, como por ejemplo, “Yellowstone” cuando se habla del famoso parque natural americano.

Puede darse también una traducción literal parcial como, por ejemplo, “Nueva York” (New York); o una traducción total, como por ejemplo, “Bélgica” (Belgium).

También los traductores pueden optar por soluciones intermedias que puedan facilitar la propia traducción o su interpretación.

Los nombres de entidades públicas y organismos suelen traducirse especialmente si están compuestos y su traducción no implica equívoco alguno, como por ejemplo, los nombres de bancos (Banco Central Europeo, Banco de Inglaterra, etc.), de Ministerios u otros organismos estatales, aunque en este sentido, también es muy normal que los nombres de determinados parlamentos se mantengan en su denominación de origen (Duma, Bundestag, entre otros).

Otros nombres que nunca se traducen son las direcciones o nombres de calles, lo cual es evidente ante las seguras confusiones que originaría su posible traducción.

Tampoco suelen traducirse los nombre de las empresas, salvo que la propia empresa opine lo contrario, pero siempre suelen mantenerse independientemente del lugar en la que se ubiquen (Coca-Cola, Peugeot, etc.); así como tampoco suelen traducirse los nombres de marcas, modelos o series como ocurre con los electrodomésticos, vehículos, etc.

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